domingo, 16 de octubre de 2016

El beso que nunca te di......Lisandro José Reholón González*

Finalista del IConcurso Litteratura de Relato

Foto: Neve Campbell Denise Richards en Juegos salvajes,
de John McNaughton 
Recuerdo aquel día lunes. Esperaba en la oficina de copiado del banco las fotocopias que había pedido hacía un rato ya, y que mi jefe requería con algo de urgencia. Tú venías un poco apurada y preguntaste si hacía mucho que esperaba por el trabajo solicitado. Te contesté que sí, que las máquinas copiadoras parecían no trabajar muy bien los lunes por la mañana, y que en eso se parecían a mí. Tú me dijiste que tal vez se debía al hecho de que necesitábamos descanso, que te sentías igual y que quizás ambas debíamos aprovechar el fin de semana largo que se acercaba, lo que ahora denominan puente, para escaparnos a una isla del Caribe.
         Yo tomé como una broma lo que comentabas y dije: tienes razón. Mejor nos vamos a la playa y dejamos que esos hombres se vuelvan locos ellos solos.
         Luego me corregiste de buena manera e hiciste ver que hablabas en serio; que todavía no lo habías decidido en firme porque no habías conseguido compañera para compartir gastos, pero que era casi una determinación. Como aún se demoraban los chicos de las copias, decidiste volver más tarde y te despediste con un ¡Chaooo! muy cariñoso, acompañado de tu linda sonrisa.
         Yo te conocía poco, apenas sabía que te desempeñabas como asistente de un gerente del área de Finanzas, pero siempre me caíste muy bien. Sabía además que tu nombre es Maite, que eras hermosa, femenina, y tal vez dos o tres años mayor que yo.
         En mi área de Contraloría tenía como compañeros a varios hombres jóvenes y, a pesar de que regularmente se portaban bien, de vez en cuando hacían comentarios machistas y jocosos sobre sus relaciones con el sexo femenino. En una ocasión alguien dijo algo que me sorprendió por haber ido un poco lejos: que tal vez la chica llamada Maite, de Finanzas, tenía gustos “especiales”, por cuanto en una reunión reciente de los pisos superiores, durante la celebración de un cumpleaños, intentó sin éxito acercarse a ella para invitarla a salir, pero su respuesta había sido un rotundo rechazo. El resto de nuestros compañeros rieron y le indicaron que por el hecho de que lo despreciara a él, no por eso iba a no gustar de los hombres. Dirigiéndose a mí, uno de ellos me increpó: ¿Qué opinas, Estela? ¿Saldrías con Ricardo?, preguntó otro compañero. “Mira, Ricardo, contigo no saldría ni que me pagaras”, le dije, mientras el resto de los chicos disfrutaban la broma y riéndose, comentaron: ya ves, no es esa chica nada más; no le gustas a ninguna. Y otros se fueron por el mismo camino, haciendo burlas. Pero él insistió: hablo en serio, amigos; quienes la conocen mejor, me han dicho que sólo la han visto en compañía femenina, nunca con hombres.
         Pasaron los días y en una ocasión te vi pasar justo al final de un pasillo. Mi mirada fue bloqueada por el tabique de una oficina que hacía esquina en el piso 10, pero también alcanzaste a verme y te volviste a saludarme brevemente con tus manos desde lejos. Eso me encantó. Aquel día llevabas una falda de color amarillo mostaza un poco ajustada que hacía juego con un jersey negro escotado. Lucías muy sensual. 
         El día siguiente fue el de nuestra conexión. Nos encontramos a mitad de mañana en la sala del café. Nuestros jefes nos estaban volviendo locas desde muy temprano aquel día, organizando la Asamblea de la Junta Directiva del banco, pero una vez comenzada la reunión, tuvimos tiempo para descansar un poco y a esos fines nos retiramos a tomar un poquito de "relajante" cafeína, término de mi propia cosecha y de cuyo contrasentido nos reíamos. El asunto era alejarnos unos minutos de los teléfonos y de nuestros escritorios. Ya eso era suficientemente relajante.
         Esta vez nuestro encuentro fue divino, como si nos conociéramos de siempre. Hablamos con mucha soltura. Me dijiste que estaba linda, que te gustaban mucho mis prendas, que sin duda tenía buen gusto o un novio generoso. Te contesté que no había nadie por el momento, pero que sí, mis prendas eran regalos y las atesoraba, que no podría pagarlas con mis ingresos. Pero no te quejes, le dije, tú vistes muy bien, y sabes llevar tu ropa con mucha sensualidad. Debes tener muchos chicos guapos detrás de ti. Allí cambiaste de humor y afirmaste que el sexo masculino no es tu fuerte, que a tus 32 años de edad, por difícil que fuera entenderlo, hacía años que no salías con hombres y que estabas dedicada casi exclusivamente a tu trabajo. Te pregunté si no sentías necesidad de tener una pareja alguna vez y me contestaste que eventualmente la tenías, pero que mejor no tratáramos el tema porque tal vez tus gustos chocaran con los míos; que más adelante hablaríamos del asunto. Me miraste de una manera que en ese momento no supe interpretar, pero como ya debíamos volver a nuestros puestos de trabajo, nos despedimos y quedamos en que nos veríamos luego.  
         Esa noche, en casa, mientras me preparaba para el siguiente día de trabajo, pensé mucho en ti. Lo que me dijiste confirmó en parte lo que había comentado mi compañero de oficina, Ricardo, en el sentido de que nunca se te veía en compañía de hombres.  Ahora me preguntaba si era cierta la segunda parte de su comentario, y si estar cerca de ti implicaba asumir una relación sentimental y sexual en una dirección totalmente opuesta a lo que se me había enseñado y que aceptaba como un principio inconmovible. En una sociedad machista como la nuestra, las personas con tendencias y gustos distintos a los comúnmente aceptados son sometidos a una  presión social inclemente e injusta. 
         Llegó el día miércoles y el fin de semana largo se acercaba. Te llamé y pregunté si seguía en pie tu idea de ir al Caribe de paseo. Decidimos que nos reuniríamos fuera del banco esa tarde para discutirlo con tranquilidad. Allí las cosas se pusieron en claro. Estabas tan bella y elegante que no pude evitar comentártelo, y pude ver que te sentiste halagada más allá del simple comentario de mujer. Te acercaste y me diste un beso en la mejilla y me dijiste al oído, en forma de un susurro: ¡Gracias, linda! Por alguna extraña razón, apenas tuve la idea no confirmada aún por ti de manera diáfana, que tus gustos sexuales excluían a los hombres, me gustó más estar cerca de ti. Nunca antes tuve relaciones íntimas con mujeres y no sabría cómo reaccionar en una situación como esa, pero aquella tarde fuiste muy sincera conmigo, viniste por la calle del medio y me hablaste de tu condición, afirmaste que de hacer ese viaje, pasaría lo que debía de pasar entre nosotras, que ambas éramos mujeres adultas de 28-32 años, con experiencia de la vida, pero que debía estar segura del paso que en ese momento daría, que lo pensara muy bien.          Yo me debatía entre hacer lo que deseaba y el gran peso que representaba la educación, la formación y las ideas con las que crecí: hombre-mujer-sociedad-matrimonio-hijos. De hecho, el último novio que tuve, a quien aún conservo como un buen amigo, vino en mi ayuda y, a mi solicitud, me dio un buen consejo: ¿qué daño puede hacerte probar? Si vas con ella y no te gusta la experiencia, no la repitas. Si piensas que de intentarlo con una mujer, sería precisamente con ella… entonces…, ¿cuál es la duda? 
         Pero la tarde del día jueves decidió contra nosotras; o mejor, contra mí. Pensaba hablar contigo para ponernos de acuerdo en el viaje del día siguiente, y con esa intención me dirigí hacia tu estación de trabajo para darte mi respuesta afirmativa, cuando al tomar el ascensor alguien a manera de broma y sin saber de nuestra cercanía, dijo algo de ti, de la “lesbiana de Finanzas”. Allí me di cuenta de que yo no estaba preparada para ser marcada con una etiqueta como esa; que soy muy cobarde; que no soy digna de ti; que no merezco tu amor.  Tú eres valiente, sabes que murmuran pero te resbala; eres tan silenciosamente estoica. 
         Me devolví a mi puesto de trabajo, no hablé contigo personalmente y tampoco recibiste mi llamada telefónica, por lo que supiste que nuestro viaje no se llevaría a cabo. Y no te he vuelto a ver, ya no somos amigas, pero aún te pienso y te sueño, y deseo con todo mi ser, hoy más que nunca, el beso lésbico que nunca te di. 


Lisandro José Reholón
* Nació en Guatire (Venezuela) hace 59 años. Es abogado y escritor aficionado. Finalista del I Concurso de Relato Corto "Aridar Certificaciones Energéticas" y, ahora, del II Concurso Litteratura de Relato. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...