domingo, 2 de octubre de 2016

Citarse sin ganas......Daniel Castillo Pérez*

Finalista del IConcurso Litteratura de Relato

Foto: www.belelu.com
Tres botellas de sidra en Van Dyck antes de preguntarnos "¿qué hacemos ahora?", y proponer un piso. Fumando en la puerta se decidió que el mío, por cercanía y cosas de esas. Subimos por el lado de plaza de toros, Jules todavía insistiendo en que me sentía muy frío. Me retuvo del brazo frente al conservatorio y me besó en la boca, sus brazos por encima de mis hombros. Le negué la lengua, le dije que estaba enfermo, tosí alguna vez, aclaré la garganta haciendo un esfuerzo. Lo cierto es que la había besado tanto en el rellano del edificio de Elisa la noche de Eurovisión. Nos habíamos besado hasta agotar el repertorio, hasta fijarme en otras cosas. La desnudé a medias en las escaleras, pero insistió en la incomodidad de la inclinación, del piso cerámico tal vez demasiado frío contra las nalgas. 
         Quisimos volver dentro pero ya habíamos tardado mucho y, pensó ella, los invitados nos verán con ojos de asco. Así que matamos un rato el tiempo en Hacienda, ella quiso pagar mi jarra de cerveza y se pidió un tequila para ella. Bailamos un rato a destiempo, me abrazó para decirme algo, la música era tan alta allí dentro. Le dije que quería fumar y salimos. Me aceptó un cigarro, me habló de su carrera, de su graduación, de sus prácticas, me hablo de ese grupo que dirigía para gente que quiere dejar de fumar. Dio una calada al cigarro y nos reímos. ¿De verdad?, le pregunté, qué ironía. Serían las cuatro cuando le dije que quería acostarme con ella. Subimos y entramos al piso evitando la sala, los tres o cuatro invitados que quedaban. Me metió a su habitación y cerró las persianas antes de asaltarme en la oscuridad con un abrazo tal vez demasiado brusco. Busqué mis pantalones a las ocho de la mañana y le dí las gracias por todo. Le dije que no se vistiera, que no hacía falta que me acompañara hasta la puerta.
         Frente al conservatorio, empecé a arrepentirme de haber aceptado la invitación a Van Dyck. Creo que dije que sí por corresponder a la cerveza que me pagó antes en Hacienda (o tal vez yo estaría caliente, entre verla o encender la tele después de las doce). Le enseñé mi apartamento, lo vio todo un poco con asco. Cerró las cortinas y volvió a comentar que me notaba muy distante, ¿qué te pasa?, decía, y me acercaba la boca. No me importa que estés enfermo, ya tendré tiempo para recuperarme después, no vuelvo a clase hasta dentro de una semana. Cosas así. Vi la hora, serían las diez menos diez y calculé que las once no estaban mal para dejarla andar sola hasta su casa. Me apuré a quitarle la ropa y nos tendimos en el colchón. Le dije que Juan estaba en el cuarto de al lado, que lo escuchaba todo. No le importó. Le dije que tenía pensado salir con él, se iba el lunes y quería despedirlo, "¿te fijaste en sus cosas ya empacadas en el recibidor?" Pero Jules me abrazó y dijo que tal vez sería la última vez que nos veríamos, ella y yo, que se quería quedar más rato y que si no tenía un cigarro a la mano. Entonces volví con una lata vacía para tirar la ceniza y nos tendimos a fumar sobre la sábana, dos caladas cada uno.
         Lo hicimos una vez más, y en el abrazo final le dije que necesitaba una cerveza, que si ella tenía ganas también de una. Contestó que no, pero que fuera al refrigerador por una lata. En verdad quería sacarla al bar de la esquina, tomar una jarra y despedirla allí sin volver juntos al piso. Así que le dije que más bien me refería a salir. Jules contestó que no, que ahhh, estaba tan cansada. Entonces salí a la cocina y saqué dos latas del refrigerador. Me senté en la sala y las tomé lo más despacio que pude. Encendí un cigarro en el balcón, y otro, y otro. Vi los aspersores del jardín de enfrente encenderse, una chica en la ventana de un tercer nivel hasta apagar la luz y desaparecer. Volví a la habitación. Jules se despertó con el ruido de la puerta y preguntó que por qué había tardado tanto. Solo dije que estaba cansado, que necesitaba dormir algo. 
         A la mañana siguiente, la quise un poco al verla buscar su ropa desnuda por el cuarto. La abracé, yo también desnudo, sabiendo que sería la última vez que la tendría así de cerca.
         Desayunamos en McDonald’s, hablamos poco. Ella volvió a decir que me notaba raro, como distante. Anduvimos hasta el Corte Inglés, donde la despedí con dos besos. Regresé al piso, me desvestí en la habitación. Todo olía a ella, a tabaco, a ella. Dormí hasta las tres de la tarde, respirándola contra mi almohada sin funda.


Daniel Castillo Pérez
* Nació en Ciudad de Guatemala en 1994. Lector voraz, de narrativa siempre más que poesía, es estudiante de Filología Hispánica en la Universidad de Salamanca. Ha publicado en revistas digitales y antologías de textos mínimos. Ganador en la modalidad de cuento del II Certamen Literario Mario Benedetti 2015, organizado por la Universidad de Alicante. Cuelga textos esporádicamente en su blog. Finalista del II Concurso Litteratura de Relato. 

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