jueves, 15 de junio de 2017

Visitas......Ur Olivero

para Soledad Astromujoff. TQM.

Foto: Jonathan Paye-Layleh, Kpolokpai, Liberia
Me asomé y ya no quedaba nada. Kenia también se había ido para siempre. La echaba de menos. Allá, lejos, entreveía algo que parecía una cometa, ¿un espejismo? Todo estaba solitario, el esqueleto de la soledad se había materializado en todo aquello y a mis ojos les costaba resistir tanta desolación. Sentí que algo muy opresivo dentro de mí me asfixiaba, como si fuesen las garras de un saurio que desde una borrosa lejanía tiranizaba mi vida, y me decía que después de aquel vacío ya nada sería posible, que debía renunciar, que debía irme, que eso que creía parecerme el vuelo de una cometa no era más que una misteriosa señal, una invitación a marcharme muy lejos. Me sentí en el peor de los abandonos. Entré y cerré la ventana. Creí que así me protegía de algo, pero no sabía bien de qué, ni por qué me pareció que cerrar la ventana era un acto importante en ese momento. Intenté sintonizar la radio pero no pude. Aquella noche soñé con la cometa que me pareció medio ver en el horizonte. ¿Un espejismo? ¿Una forzosa invitación a marcharme también para siempre? Antes de acostarme, me leí todas las cartas que Kenia me había enviado en los últimos cuatro años. En algunas de ellas noté mucho miedo, pero al mismo tiempo la monolítica convicción de que prefería quedarse allí en Liberia hasta que todo terminara. ¿Hasta que la guerra se quedara sin ojos, sin armas, sin contendientes? 
         Me costó dormirme después. No me dejaba el calor. Soñé con búfalos y el sitio por el que corrían no lograba identificarlo bien. Había estado allí, pero no lo reconocía. Cuando me levanté, a las ocho y treinta y cinco de la mañana, todo estaba oscuro, el día tardaba en nacer. Recordé el libro de Oriana Fallaci. Vietnam. 1967. Lo tenía conmigo y no me atrevía a volver a entrar en sus páginas. El día no acababa de nacer, lo noté por el pobrísimo amago de luz que se colaba por la rendija de la ventana. ¿Dónde andaría Kenia? ¿En que región estaba? ¿Había perdido su violín en el viaje? ¿En Liberia? ¿Por qué Liberia? ¿Por qué?... No sé por qué lo pensé, pero pensé que lo había extraviado en el viaje, que alguna ráfaga de viento se lo arrebató de las manos y lo había lanzado lejos, y ella no podía alcanzar su amado violín. La bella Kenia. Bella en sus palabras y en sus gestos y bella en su compromiso de no abandonar Liberia hasta que la maldita guerra hubiera enterrado sus desesperanzas. El piercing de sus labios me dolía cuando veía sus fotos, y no tenía valor para pensar que un día la desterraría de mis primeros recuerdos, los de la isla, que alguna vez pudiera matarla dentro de mí, aquel paisaje que tenía enfrente me aprisionaba para que así fuera. No quería, pero nada podía hacer para impedirlo. A mediodía la idea de abrir la ventana me tentó, pero fui fuerte, me resistí, mi guerra y la guerra del deseo combatieron durante un rato, pero finalmente se impuso el miedo y no me acerqué a la ventana. Tenía poca comida y pronto tendría que salir. 
          Septiembre tardó mucho en morir.

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