sábado, 2 de septiembre de 2017

Canto nuevo......Raúl Muñoz González

Foto: Cuerda de 607 presos tras la insurrección de Asturias (1934)
Dejaron sus pertenencias, al fin
escaparon por el primer rayo de sol,
abriéndose paso entre la nieve.

Fui uno de aquellos hombres.
Los copos de nieve nublaron el sueño
corriendo la cortina magullada de rostros
que iban atados a una cuerda de presos.

Iban al cadalso quienes no conseguían huir,
lo comprendió tu lengua demasiado pronto,
cuando apartabas las dudas con la complicidad
de unas manos contorneadas por el acero.

Sufrieron las bocas una escasez de color blanco.
Los cuerpos la mustia agonía del pájaro enjaulado.

Ahuyentamos nuestras manos queriendo besar
los labios de la muerte encendida de sombras,
que pasaban sin hacer ruido, buscando su final
por la piel del toro herido en los ruedos.

¿Era nuestro sueño, acaso, un país sin esperanza?
Nos revelaba la lluvia sin propósitos, la última sonrisa
junto a la mueca del último fusilado. El disparo imborrable
de tu mismo puño y letra grabando la última puesta de sol
por la última naranja.

Nos asesinó la necesidad del olvido en cada desentierro,
entre un manto espeso de silencios: una terrible bandera
bruñida cara al sol mientras nos conducían como cochinos;
y despiertos soñábamos con hermosos cuchillos
que vaciaban el miedo del cadáver sin sepultura.

Escarbamos el hollín de una noche borracha
que nos vomitaba una y otra vez
metiendo sus dedos en nuestras gargantas
para que la dejáramos en paz.

¿Recuerdas su súplica?

Hijo del mortero, heredarás la paz
una vez muerta la blanca esperanza.
Y confundirás el fondo de la nieve
con los ojos de quien ahora te canta.
Hijo mío, cuídate de este frío, arropa
a tu hermano enterrado en la nieve.

Ofrecieron su amor aquel día abigarrado por el odio:
como un viento helado, las madres, con sus palabras
nos conducían entre la niebla, nos daban fuerzas,
golpeaban los rostros. Abrían en canal los senos
entregando su leche a la causa del hambriento.

Su canto era el de las estrellas derrotadas
espejando su luz al sueño aún por llegar.

Es incierta la certeza de una derrota no pronunciada.

Regreso al frío inmóvil de la cuneta: oigo
un canto nuevo temblando por la cordillera
sobreponiéndose a la derrota.

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